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El color perdido

Cuando comencé a leer el libro de Conversaciones con Sergio Meier que recibí como obsequio de parte de su autor, mi amigo Carlos Lloró, inmediatamente vino a mi memoria la ocasión en que me enteré de que al parecer existe un ejemplar de la novela El color de la amatista en la Biblioteca de la Universidad de Texas en Austin. Llegué a tal hallazgo hace unos años, luego de haberme pasado lo que seguramente fueron unos 15 minutos, pero que recuerdo como varias horas, tratando de encontrar alguna copia del libro en internet, idealmente para poder comprarlo o, en última instancia, para tenerlo en pdf. Huelga decir que mis indagaciones fueron infructuosas, y que los libros de Meier, sobre todo aquel, parecen ya haber entrado en la misma categoría del Necronomicón de su amado Lovecraft. Hay quienes dicen haber visto y palpado El color de la amatista , incluso puede que haya alguna fotocopia borrosa y herética de algunas páginas circulando por ahí, pero no conozco directamente a nadie que po

El espejismo

A veces aparecen las ganas de escribir algo sesudo y brillante, no digamos digno de leerse, pero digno de quedar en la memoria del que escribe junto a los recuerdos importantes, algunos dirían vitales, otros simplemente recurrentes. Uno quiere extenderse, la idea es buena, el texto comienza a fluir, parece que todo saldrá más o menos bien. De pronto los dedos se tropiezan, su danza sobre el teclado se hace dubitativa, el texto se interrumpe sin cerrarse y a la vez se cierra sin haberse interrumpido. No queda nada más que decir. Se dijo lo que quería decirse. El ensayo que esperábamos termina siendo un aforismo malformado, un poema torcido y mutilado, unas líneas chuecas de algo que no es prosa ni verso, algo que no alcanza a ser del todo, pero que es lo suficiente como para resistir la tentación de la desaparición y el olvido. Permanece en un limbo que es parecido al que media entre la última esperanza y la desesperación total. Tal vez por eso toda escritura verdadera -ni hablemos de m

De Jaulas y Laureles

Ya se terminaron los tiempos de laureles. Incluso han pasado los tiempos de persecución y encarcelamiento. Los poetas ya no son importantes ni para perseguirlos. Prefiero un mundo donde los poetas son enjaulados y prohibidos, a uno en que son ignorados.

Sobre los fósiles.

Vivimos en una sociedad que está fundada sobre los fósiles. Lo digo en un sentido más bien conceptual, aunque no deja de ser literal y materialmente cierto. Pero esto ha pasado de ser una muda realidad a un paradigma establecido en esta sociedad cientificista en la que vivimos. Los fósiles siempre han estado bajo nuestros cimientos, pero no teníamos conciencia de ellos. No los usábamos como esas especies de oráculos especulares en que se han convertido gracias a la ciencia. Antes se habitaba la realidad viva. Hoy en día se utiliza los fósiles para buscar pistas del pasado, para construir relato, para entender el presente e incluso para proyectar el futuro, el evolutivo y también el otro. Desconozco si sociedades prebíblicas habrán tenido la misma conciencia del fósil como forma de contacto con las dimensiones temporales, pero lo dudo. Los antepasados hablaban, los dioses hablaban, los espíritus hablaban, no los fósiles. Los primeros son entes vivientes, a diferencia de los segundos, qu

Libros infinitos.

Lo que pasa (lo que me pasa) al enfrentarse a obras descomunales como The Cantos de Ezra Pound; "A" de Louis Zukofski; Splendor de Enrique Verástegui o La Divina Revelación de Héctor Hernández Montecinos es que generan fricción. Fricción y estímulo en zonas habitualmente mudas o muertas del lector. Son lecturas sin lubricante (iba a decir sin vaselina por convención, pero me di cuenta de que sería injusto para con la plétora de lubricante hidrosolubles). Son masas pétreas en subducción. Placas tectónicas. Son lecturas que en un lector engrasado resbalan, pero que en un lector ríspido y abrasivo generan luz y calor. Es imposible sustraerse a su embrujo. Son libros-gömböc (cuerpo geométrico tridimensional con un único punto de equilibrio estable y un único punto de equilibrio inestable siendo homogéneo y convexo: no importa como se deje, siempre vuelve a la misma posición); son libros-gato (que siempre caen parados). Se transforman en gigantescos espejos cóncavos que concentran

Escritura del simulacro.

Si tuviera que definir mi escritura en una frase (por suerte no tengo que hacerlo) diría que es una escritura del simulacro. No es de verdad. Tal vez una escritura-mímica. En el lanzamiento de un libro de poesía al que asistí hace poco (sigo esperando que algún día se lance físicamente el libro hacia el público, cual Enrique Iglesias con su gaviota, pero me decepciono cada vez), se habló del verso y del simulacro de verso. Que la poesía de la poeta antologada estaba hecha de verdaderos versos, mientras que hoy en día reina el simulacro de verso, la prosa tijereteada y quién sabe qué más. Por supuesto hay razón en esas palabras, pero no creo que el simulacro tenga que ser necesariamente malo. Creo que toma valor cuando es consciente. De Material Ligero es un simulacro de métrica, un simulacro y casi una parodia de orden y claridad. El libro anterior, Cuaderno de Movimiento, es más bien una mímica; ahí me apropio de la forma de varios poetas que amo, tal vez ocasionalmente de su fondo. T
La precariedad del día, el fugaz consuelo de su transcurrir permiten que se haga fuego la eternidad en el corazón de las horas. Difícil asir el acontecimiento capital en el vaivén de un sueño interminable. De ahí el consuelo de la finitud del reloj que al hacer evidente cómo el tiempo se escapa se torna amparo en la urgencia de nombrar y celebrar la eclosión de la luz. Luz que nace todos los días en una mirada y que tiene su descanso en el color invisible de la ternura. Visión que se celebra por aquello que bendice; un mundo cobijado bajo el calor de su presencia. Para mi amada Catalina en su cumpleaños 25