Libros infinitos.
Lo que pasa (lo que me pasa) al enfrentarse a obras descomunales como The Cantos de Ezra Pound; "A" de Louis Zukofski; Splendor de Enrique Verástegui o La Divina Revelación de Héctor Hernández Montecinos es que generan fricción. Fricción y estímulo en zonas habitualmente mudas o muertas del lector. Son lecturas sin lubricante (iba a decir sin vaselina por convención, pero me di cuenta de que sería injusto para con la plétora de lubricante hidrosolubles). Son masas pétreas en subducción. Placas tectónicas. Son lecturas que en un lector engrasado resbalan, pero que en un lector ríspido y abrasivo generan luz y calor. Es imposible sustraerse a su embrujo. Son libros-gömböc (cuerpo geométrico tridimensional con un único punto de equilibrio estable y un único punto de equilibrio inestable siendo homogéneo y convexo: no importa como se deje, siempre vuelve a la misma posición); son libros-gato (que siempre caen parados). Se transforman en gigantescos espejos cóncavos que concentran