La precariedad del día, el fugaz consuelo
de su transcurrir
permiten que se haga fuego la eternidad
en el corazón de las horas.

Difícil asir el acontecimiento capital
en el vaivén de un sueño interminable.
De ahí el consuelo de la finitud del reloj
que al hacer evidente cómo el tiempo se escapa
se torna amparo en la urgencia de nombrar
y celebrar la eclosión de la luz.

Luz que nace todos los días en una mirada
y que tiene su descanso en el color invisible de la ternura.
Visión que se celebra por aquello que bendice;
un mundo cobijado bajo el calor de su presencia.

Para mi amada Catalina en su cumpleaños 25

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