Sobre los fósiles.

Vivimos en una sociedad que está fundada sobre los fósiles. Lo digo en un sentido más bien conceptual, aunque no deja de ser literal y materialmente cierto. Pero esto ha pasado de ser una muda realidad a un paradigma establecido en esta sociedad cientificista en la que vivimos. Los fósiles siempre han estado bajo nuestros cimientos, pero no teníamos conciencia de ellos. No los usábamos como esas especies de oráculos especulares en que se han convertido gracias a la ciencia. Antes se habitaba la realidad viva. Hoy en día se utiliza los fósiles para buscar pistas del pasado, para construir relato, para entender el presente e incluso para proyectar el futuro, el evolutivo y también el otro. Desconozco si sociedades prebíblicas habrán tenido la misma conciencia del fósil como forma de contacto con las dimensiones temporales, pero lo dudo. Los antepasados hablaban, los dioses hablaban, los espíritus hablaban, no los fósiles. Los primeros son entes vivientes, a diferencia de los segundos, que son entes muertos. Y si los fósiles llegaban a hablar, lo habrían hecho sin duda de una manera muy distinta a la de hoy. La misma diferencia se aplica entre los fósiles literarios y los escritores vivos. Hay editores que insisten porfiadamente en publicar todas las excreciones de los fósiles, en lugar de preocuparse de los vivientes, los que están creando ahora. Existe poco contacto con lo vivo por parte de algunos de esos extraños seres. Buscan desesperadamente el contacto con lo muerto. Manifiestan por lo vivo una inmediata sensación de desvalorización. Sólo tiene valor lo actual en la medida que tiene la posibilidad de valorizarse en su futura muerte. Yo no he estado exento de esa predilección por lo muerto. Pero he aprendido con el tiempo a tratar lo muerto como si fuera vivo; a ver el trilobite nadando en lugar de hecho piedra; a ver el hombre vivo en el busto de bronce y el hombre y la mujer detrás del la medalla del Nobel. Todos son iguales para mí, todos con sus luces y sus sombras. Pero nosotros tenemos sobre ellos la ventaja de estar vivos. Ellos nos enseñan desde la inmovilidad de la muerte, pero el movimiento somos nosotros. Prefiero un brillo desconocido que lo mediocre de un fósil. Yo yo no quiero dedicarme más a lo muerto, quiero poner mis ojos y mis manos en lo vivo. Afortunadamente, me liberé de trabajar para los fósiles.

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