El espejismo

A veces aparecen las ganas de escribir algo sesudo y brillante, no digamos digno de leerse, pero digno de quedar en la memoria del que escribe junto a los recuerdos importantes, algunos dirían vitales, otros simplemente recurrentes. Uno quiere extenderse, la idea es buena, el texto comienza a fluir, parece que todo saldrá más o menos bien. De pronto los dedos se tropiezan, su danza sobre el teclado se hace dubitativa, el texto se interrumpe sin cerrarse y a la vez se cierra sin haberse interrumpido. No queda nada más que decir. Se dijo lo que quería decirse. El ensayo que esperábamos termina siendo un aforismo malformado, un poema torcido y mutilado, unas líneas chuecas de algo que no es prosa ni verso, algo que no alcanza a ser del todo, pero que es lo suficiente como para resistir la tentación de la desaparición y el olvido. Permanece en un limbo que es parecido al que media entre la última esperanza y la desesperación total. Tal vez por eso toda escritura verdadera -ni hablemos de maestra o genial- es siempre inconclusa, algo que iba a ser, y terminó siendo otra cosa.

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